domingo, 19 de septiembre de 2010

Como un centauro

Caminaba con las piernas de su padre acopladas.Contoneàndose y medio descalabrada aún, se alejó como un centauro entre las columnas descomunales de la catedral, espirales inmensas hacia el infinito. Se desdoblaba sobre el suelo brillante,  repitiendo su cuerpo, un espejo que le completaba así como si arrastrase el alma por donde pisaba, pesándoleanclàndole y descompensando los compases sin veteranìa que todavía no se había hecho a aquellos andares como a zancadas y de la cintura hasta el cerebro se desbordaba hacia los lados. Y no quiso mirar más a las rosas abiertas, cerradas en aquel jardín pequeño ante la puerta, bajo la ventana, acariciando la frente en ligera arruga, frunciendo la incertidumbre y con las piernas revueltas, apretadas, que parecen nudos marineros de tanto ceñirlas. Y me susurró: "Vámonos a los campos húmedos a que se nos congele el tuétano de los huesos". Y avancé por el camino. Qué lento soplaba el viento aquella tarde y las brisas golpeaban mis pies regalándolas de rocío y el abrigo no cubrìa el frìo y el rosal en mi mejilla lo cantaba bajito. Y avancè hacia los acantilados, allà, al fondo, negros, quietos, con su corona blanca de mar, con su corona de azul de cielo, a pensarte, a soñarte, mis ojos calladitos...

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