domingo, 26 de junio de 2016

Las golondrinas

Me despierto. Sumerge el sol un guiño sobre mi cuerpo.
Se acelera el corazón al saberte cierto.
Te dibujan, ciega, las yemas de mis dedos.
Te siento.

Quiero,
en las mañanas claras,
peinarte el pelo.
Trenzarlo luego.
Ponerle un lazo de oro
adornando el cuello.

Quiero,
rodar bordada en ese olor a caramelo.
Como una capa me envuelve.
Me hierves.
Me muerdes.
Tus ojos...
Dos golondrinas vuelan sobre mi cuerpo, se posan, se danzan.
Se apaga la luz, sigues creyendo,
porque te canto al oído
susurros y rezos.

Me amó porque amaba al viento claro.
Se estremeció amando yo a otro.
Me rendí de tanto intentarlo.
Me lo dijo al oído,
lo entendí a duras penas,
miré a través de sus ojos
y amaneció la noche mas bella.
En sus manos.
En sus piernas.
En su cara dos estrellas.
Su boca, su boca, dámela que yo la muerda
Todo en mi.

El cajón

Aquella noche se hizo un silencio denso por toda la casa. Una cortina pesaba que frenaba el aire. Tanto, que corrían a gritos por los rincones, solo por sentirnos algo, abrían cajones, solo por notar las huellas, solo por oír los pasos.

Se me escapan los momentos por las costuras, ya no queda nada para recordarlos y están vacíos los siguientes versos
de ojos, de brazos,
de oídos, de labios.

Volvamos corriendo a los prados, niño. Abre la almas, planea las flores mientras cabalgas. Que solo así las rocas son nidos de calma, los campos, las hierbas colchones, las nubes pulmones, mantos de las miradas.

Punta, tacón, punta, tacón.
Como un pájaro carpintero,
me tallo el cajón,
que cerca está enero.