jueves, 15 de agosto de 2019

Mi gata, que cuando camina va colgando imperdibles de las telas y de mi cuerpo, es la más tierna realidad de esta vida que me revuelve la cabeza. Es la que deja que hable sola por los pasillos aquijotada perdida para ponerme luego los pies sobre baldosa con un sólo quejío silencioso y delicioso de los suyos. Volando voy, volando vengo. Cuando veo las huellas de mis gatos tras beber el meo de agua que deja mi ducha, los fantasmas se presentan, hola, y me clavan al terrazo después de una buena siesta farruca. Son mi manzana mordida. Ahora lo entiendo.

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