sábado, 26 de marzo de 2011

Mujer con alcuza.Dàmaso Alonso

Adònde va esa mujer,
arrastràndose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?

Acercaos:no nos ve.
Yo no sè què es màs gris,
si el acero frìo de sus ojos,
si el gris desvaìdo de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio,arrastrando los pies,
desgastando suela,desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo horrible.

Sì,estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas,zanjas antiguas,zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensiòn,de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacò,
entre abismales pozos sombrìos,
y tùrbias simas sùbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios arapientos de color de la desesperanza.

Oh sì,la conozco.
Esta mujer yo la conozco:ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos dìas
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacìa mucho frìo,
otra veces lucìa el sol y remejìa el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversaciòn,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo,por el olor a nicotina rancia.
Oh!:
noches y dìas,
dìas y noches,
noches y dìas,
dìas y noches,
y muchos,muchos dìas,
y muchas,muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella nunca sabe con exactitud ni como se llamaban,
ni los sitios,
ni las èpocas.
Ella
recuerda sòlo
que en todas hacìa frìo
que en todas estaba oscuro,
y que al partir,al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuàn bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiès monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren la arrancaran innumerables margaritas,blancas cual su alegrìa
infantil en la fiesta de pueblo,
como si le arrancaran los dìas azules,el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesiòn que llamamos vivir.

Pero las lùgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenètica a las ventanillas
gritando y retocièndose,
sòlo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso,una solitaria estaciòn,
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio còsmico
por una cruz
bajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido,
sì,ha dormido en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a travès de mantas bien espesas,
sòlo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados o en medio de la noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los tùneles pellizcan las nalgas,
...aùn mareadas por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y dìas,
sì,muchos dìas,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con un ansia tùrbia de bajar ella tambièn,de quedarse ella tambièn,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

...No ha sabido como.
Su sueño era cada vez màs profundo,
iban cesando,
casi habìan cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sòlo alguna vez una risa que brilla como un puñal un instante en las sombras,
algùn chillido como un limòn agrio que pone amarilla un momento la noche.

Y luego nada.
Sòlo la velocidad,
sòlo el trqueteo de maderas y hierro
del tren,
sòlo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche ,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado ha correr por los pasillos del tren,
de un vagòn a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor,a los mozos del tren,
a algùn empleado,
a algùn mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quièn conducìa,
quièn movìa aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido dìas y dìas,
loca,frenètica,
en el enorme tren vacìo,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.

...Y èsa es la terrible,
la estùpida fuerza sin pupilas,
que aùn hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah,por eso esa mujer avanza(en la mano,como el tributo de una semidiosa,su alcuza),
abriendo con amor el aire,abrièndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazòn,
sì,como si fuera surcando un mar de cruces,o un bosque de cruces,o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.

Ella,
en este crepùsculo que cada vez se ensombrece màs,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogaciòn,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estaciòn anònima
en que se debìa de haber quedado?
Es que le pesan,es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacciòn,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aùn en el invierno el tierno vicio,
guarda aùn el dulce àlabe
de la cargazòn y de la compañìa,
en sus tristes ramas desnudas,donde ya ni se posan los pàjaros?



Pues eso!!

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